¿Dónde estás Cascabelito?

Publicado por Sergio M. Coria en

Amores de carnaval se rememoran en los sentidos versos que llevara a la fama la voz del Carlos Gardel y que constituyen el testimonio de las ilusiones de aquella juventud de los locos años 30.

Otro carnaval que es enterrado hasta el próximo año.

Otro carnaval que deja el sabor nostálgico de las callejeras siestas empapadas con palanganas, fuentones y baldes, hervidores, jarros y tarros. Y un ambiente saturado de risas y corridas con los pies descalzos y las ropas chorreando diversión.

Nostalgias de los bailes carnestolendos tapizados de color y espuma loca.
Pero en el marco de esta suerte de revolución milonguera que se expresa en el país de la post-pandemia, hay milongas contemporáneas que intentan rescatar del olvido esas mascaritas que cubrían los ojos con un seductor misterio. Restaurando, también, la imagen de aquellos carnavales en el club del barrio, con guirnaldas de luces y banderines cruzando la inmensa pista repleta de bailarines y rodeada por las mesas donde familias y grupos de amigos se ocupaban de las empanadas y de los brindis por la jornadas de alegría, que una vez más, regalaba el Rey Momo a sus entusiastas subditos.

Existen muchos relatos de romances surgidos en esas ceremonias danzantes en honor al rey del la risa y el color. ¿Qué varón no se enamoró, aunque sea efímeramente, de esa mascarita que portaba una sonrisa por la que se justificaba la más incondicional de las capitulaciones? O en el peor de los casos, y ante la imposibilidad de concretar ese cabeceo para abrazarse en un tango, uno se quedaba con la visión tortuosa de esa risa imposible que se presentaba como una trompada en el pecho ante la frustración de un beso que no fue.

Quizá eso es lo sentía Juan Andrés Caruso cuando escribió aquellos versos a la inmortal “mascarita pizpireta, tan bonita y tan coqueta.

José Bohr

Cuenta la historia que la música de este icónico tango fue compuesta en 1923 por el alemán-chileno-argentino Yopes Elzer Böhr, conocido por la posteridad como José Bohr. El hombre era un aventurero, amante de la música que llegó hasta el mismo Hollywood tras su sueño de convertirse el Clark Gable del Cono Sur. Murió en la ciudad de Oslo, Noruega el 29 de mayo de 1994. Creó más de 200 composiciones en las que se destaca también “Pero hay una melena”.

Según dicen los memoriosos, Bohr tocaba el piano en la Casa Castiglioni de la ciudad de Buenos Aires, como un modo de promover la venta de esos instrumentos. Además de tocar las partituras que iban saliendo al mercado, el músico ejecutaba siempre dos piezas de su autoría, Tut Ankh Amón, un camel trot al que le puso letra Cancio Millán y que hizo famoso Carlos Gardel, y un tango sin letra que había nombrado “Feria Franca”. En una oportunidad Juan Andrés Caruso, que era amigo de los dueños, visitó la Casa Castiglioni y al escuchar esa pieza, le propuso al autor ponerle letra.

Juan Andrés Caruso

¿Acaso haya sido ese el modo con que Caruso logró exorcizar el recuerdo de ese amor que no fue pero quedó vibrando en su corazón como el sonido del cascabel que coronó aquel beso añorado?

Afortunadamente, parece que una corriente surgida desde los buenos viejos tiempos, promete recobrar la magia de aquellos bailes de carnaval iluminados por las serpentinas de la alegría. Y si eso acontece, entonces, la noche del entierro del Rey Momo, algún desprevenido galán quedará mirando hacia el amanecer rezando… :

“Dónde estás cascabelito,

mascarita pizpireta,

tan bonita y tan coqueta

con tu risa de cristal.”

Foto de portada : gentileza de Laura Ludueña y Martín Aldasoro
Fuentes:
memoriachilena.gob.cl
tangosalbardo.blogspot.com